La Superfuerza…

Hola hoy vengo a hablarte del concepto de la Superfuerza.

Este martes marca la culminación de nuestro Taller de Despierta tu Autenticidad, un espacio creado para aquellos de nosotros que sentimos temor al descubrirnos y mostrarnos tal y como somos. La meta de este taller es reconectar con la Superfuerza, un don innato con el que llegamos a este mundo y que algunos de nosotros hemos olvidado a lo largo del trayecto.

Pero ¿qué significa poseer Superfuerza?

Según el mito de Sansón, él era un juez y líder respetado en su comunidad. Su misión era proteger a su pueblo de los filisteos, los dominadores del pueblo judío en aquella época. Pero a pesar de su dominio, los filisteos no lograban derrotar a Sansón, quien gracias a su Superfuerza siempre salía vencedor.

El dominio de Sansón radicaba no solo en su físico, reflejado en su compromiso nazareo de no beber vino, sino también en su control emocional, simbolizado en su voto de no cortarse el cabello como señal de devoción a su dios. Además, el evitar el contacto con los muertos, un acto de resistencia a ser corrompido por ideas arraigadas en sus complejos o diferentes «yoes», le otorgaba la posición de juez y líder de su ser. Sin embargo, lo que le brindaba la Superfuerza era su pelo largo, por lo tanto, es el sentimiento de devoción hacia algo superior a él lo que le otorgaba la capacidad de realizar proezas.

¿Cuántos de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado ese sentimiento de devoción que nos ha llevado al encuentro con lo divino?

Traducido a términos más terrenales, ¿cuántas veces nos hemos encontrado realizando una actividad que, al ejecutarla, nos ha hecho sentir más grandes, más plenos, más realizados?

En esos momentos, poseíamos la «superfuerza». Pero al igual que Sansón, muchos caímos en la tentación y entregamos lo más valioso a los demás. Así, el gesto de Sansón hacia Dalila fue un acto de traición hacia su propia devoción. Lo que siguió fue la pérdida de la capacidad de discernir; en el mito, Sansón fue privado de su visión. El no poder discernir por nosotros mismos conlleva a la dependencia de la percepción de los demás, poniéndonos a merced de las creencias ajenas. Ya no volvemos a confiar en nosotros mismos y quedamos a merced de los demás, de nuestros complejos que nos controlarán desde sus emociones negativas, ahora más potentes dado que ya no albergamos los sentimientos elevados que nos proporcionaba la conexión con ese algo superior. Así, Sansón fue llevado con cadenas, ciego y conducido por los filisteos para ser el objeto de burla de esa sociedad que había derrotado al elegido del pueblo judío.

Todos hemos estado alguna vez en ese templo, encadenados y ciegos, mientras la voluntad de los demás se impone sobre la nuestra. ¿Verdad? ¿Cuántas veces te has sentido forzado a cumplir o decir cosas de las que luego te has arrepentido? ¿Cuántas veces hemos estado presos de emociones negativas como el miedo o la ira, sin poder hacer nada al respecto?

Sabíamos con certeza que antaño teníamos la fuerza de derrotar a nuestros captores, pero esta la perdimos al caer en la corrupción y desviarnos del camino. Pero esa fuerza siempre ha estado allí, en cada uno de nosotros, no se ha ido a ninguna parte; lo único que nos sucede es que no la encontramos.

¿Cómo lo logró Sansón?

No necesitó tener ojos, no necesitó tener el pelo largo, no necesitó estar bien alimentado. Sólo necesitó el deseo de volver a ser lo que había sido.

Deseó volver a ser alguien que estaba al servicio de algo más grande que él y que veneraba con todas sus fuerzas. Sansón había caído en desgracia cuando dejó de servir a lo que habitaba dentro de él, que era objeto de su devoción, para entregarse a otro yo en su lugar. Sansón ya no podía ver a los demás, estaba solo con él mismo y desde allí es más fácil ver por dentro. Recuperó ese recuerdo en el que estaba en conexión con ese algo más grande que él y le habló de nuevo:

«Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, te ruego, y dame fuerzas solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos.» Y apoyándose con fuerza en las dos columnas de en medio, en las cuales se sostenía la casa, con su mano derecha en una y con su mano izquierda en la otra, dijo: «Muera yo con los filisteos.» Y derribó la casa sobre los príncipes, y sobre todo el pueblo que en ella estaba. Y fueron más los que mató al morir que los que había matado durante su vida.

Cuando Sansón muere con los filisteos, podríamos hipotetizar que se reconoce como uno más. Es decir, Sansón, que representaría nuestro Ego, no es más que una entidad psicológica en nuestra mente como los demás complejos, pero este tenía la misión de gobernar sobre su pueblo judío, de ser juez y discernir entre lo justo y lo injusto. Sansón debía representar al ser humano alineado con su esencia. En su último aliento, «Muera yo con los filisteos», él se da cuenta de que no es mejor que ellos sino uno de ellos y que, al igual que los demás, se ha perdido.

Esta historia me conmovió desde pequeño, especialmente la imagen de ese ser tan espléndido, humillado, cegado y traicionado. Si nos damos cuenta de que no somos mejores que nuestros complejos y que somos uno más que ha nacido en nuestra psique como un «yo especial» con un propósito o misión para nuestro pueblo (psique), podemos entender a esos «otros yoes» y así también a este mundo en el que vivimos. Para volver sobre nuestros pasos, y dejar de beber lo que trae confusión en nuestro corazón, no cortarnos el amor hacia eso que es más grande en nosotros y finalmente no corrompernos con el falso poder, que en definitiva es la ausencia de amor.

Debemos permitirnos esa muerte simbólica para poder renacer.

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¡Espero tener noticias tuyas pronto!

Un fuerte abrazo,

Pere